El aceite de oliva proviene de la oliva o aceituna, el fruto de el olivo (Olea europaea). En el siglo II a.C., los romanos extendieron su cultivo por todo el Mediterráneo, haciendo posible hoy en día su producción y comercialización en todo el mundo.
Los distintos tipos de aceite se clasifican según el proceso de elaboración, grado de acidez, índice de peróxidos, absorción del aceite en el ultravioleta y características organolépticas (sabor, color, aromas…). El aceite de oliva virgen extra no debe presentar ningún defecto organoléptico.
Los aceites de oliva vírgenes son extraídos de forma natural por procesos mecánicos o físicos. Cuando se obtiene una acidez menor o igual a 0,8% se denomina aceite de oliva virgen extra y con un grado de acidez menor o igual a 2%, se denomina aceite de oliva virgen.
Aceite de Oliva Virgen Extra, también conocido como aove: es un zumo de aceituna perfecto, sin defectos físicos ni sensoriales y alto nivel de frutado.
Según un reciente estudio, el aceite de oliva protege contra la inflamación, el estrés oxidativo y el riesgo cardiovascular provocados por el envejecimiento.
Gracias a su alto contenido en ácidos grasos monoinsaturados (ácido oleico) y poliinsaturados (ácido linoleico), el aceite de oliva aporta otros importantes beneficios:
La ingesta diaria recomendada de AOVE es de tres a seis raciones (Una ración: 10 ml, una cucharada sopera). Sin embargo, las personas que sufran obesidad y que estén bajo tratamiento dietético deben controlarlo siguiendo los consejos de su médico.
El empleo de aceite de oliva en la cocina mediterránea es fundamental. Como aderezo de ensaladas y guisos, y hasta para freír patatas. En este último caso, los nutricionistas recomiendan su utilización por encima de cualquier otro aceite vegetal, ya que a altas temperaturas sigue manteniendo sus propiedades.